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    Una regla de oro en toda comunicación humana y no humana es “actuar con cortesía”, la amabilidad predispone a la confianza y al entendimiento.

En cierta ocasión Enrique Mariscal explicó  a sus discípulos de un modo muy sencillo el secreto del buen vivir.

“Con muy malos modos, el dueño le grita al gerente simplemente porque él está de mal humor. El administrativo, humillado, llega a su casa e increpa a su esposa cuando la ve con un vestido nuevo de costo elevado. La esposa insulta a su empleada doméstica por haber roto un plato en la cocina, ésta le da un punta pié al perro que se le cruzó en el camino. La mascota sale corriendo y muerde a un chico que juega a la pelota en el jardín, el pequeño llega al hospital para vacunarse contra la rabia, y cuando le aplican la inyección, empuja al médico y rompe una vitrina. El doctor llega a su casa y le grita a la abuela porque la comida no es de su agrado. La anciana le acaricia la cabeza y le dice: “Querido, mañana te prepararé el plato que más te gusta. Trabajas mucho, estás cansado y necesitas dormir. Ahora mismo voy a poner sábanas limpias, perfumadas con lavanda, en tu cama para que duermas bien. Mañana al levantarte estarás mucho mejor”.

Acompaña esas palabras con un beso y lo deja solo con sus pensamientos. Ella es la presencia de la tolerancia, del perdón, del cuidado, que puso un límite de amor a la expansión negativa del fastidio y del maltrato”.

   Cómo decía Jaime Barylko, los límites son una combinación de amor y firmeza, y nunca de firmeza con agresividad.

   Será entonces cuestión de empezar desde nuestro propio punto de gestión, a ofrecer un gesto amable y dejar que la buena onda nos sorprenda.

Lic. Analía Martínez (analia_martinez04@yahoo.com.ar)

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